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HISTORIAS DE "ENTIERROS" O "GUACAS"
ENCONTRADOS EN MEDELLIN

QUE PRODUJO EL AUGE DEL USO DE MONEDAS
METALICAS Y NO EL DE BILLETES?

Tomado de Raices
Para la mayoría de los hogares bogotanos y algunos mas de otras ciudades colombianas la noche del 31 de diciembre de 1841 fue una noche amarga, en la que no se escuchó el "feliz y próspero año nuevo". Y no era para menos: habían entregado sus ahorros, minas, fábricas, haciendas, casas y comercios a Judas Tadeo Landínez, quien acababa de quebrar, llevando a la ruina a todos sus clientes, esparcidos por todo Colombia.

El financista Landínez, nacido en la población boyacense de Samacá, había estado captando inmensos capitales dereciendo unos pagos de intereses muy atractivos. Se decía que Landínez llegó a manejar mas de dos millones de pesos de la época. Hasta la decada de 1830 la inflación era un fenómeno completamente desconocido en Colombia, ya que no existían el mundo financiero ni el papel moneda y escaseaba el medio circulante (dinero). Pero para 1837 eso empezó a cambiar con la expansión de la deuda pública nacional del gobierno y las millonarias especulaciones de Landínez que colocaron en circulación toda suerte de instrumentos negociables provocando para 1841 una fuerte demanda por la tenencia de oro y monedas de alta ley.

En medio de este panorama no sólo disminuyó el flujo de las captaciones de Landínez, sino que sus acreedores y ahorradores le exigían el pago o devolución de sus ahorros en metálicos; pero el metálico escaseaba y Landínez pese a tener un suficiente patrimonio para responderle a todos sus clientes no tenían metálico, es decir, estaba ilíquido y por ello se generó la desconfianza hacia el y quebró, llevándo a la ruina a miles de personas en todo Colombia. El monto aproximado de la quiebra de Landínez fue de mas de tres millones de pesos. Se compara esta quiebra con la de la Compañía de Indias de John Law en Francia en el año de 1719.

Una de las consecuencias de esta primera Crisis Financiera, provocada por la quiebra de Landínez, fue que nadie en
Colombia quería volver a oír de certificados de depósitos a término, de bonos, vales, letras, en una palabra, de documentos de crédito ni de intermediarios financieros. Cundió la desconfianza hacia los captadores de ahorro y sus entidades organizadas, como los bancos, y desde luego, hacia los instrumentos negociables que éstos emitían y respaldaban. Desaparecidos los billetes y todas las formas de documentos de crédito, solo vino a aceptarse como medio de pago el dinero contante, sonante y de valor constante: las monedas de oro y plata.

Después de Landínez, todo se pagaba en monedas de oro, y el ahorro se hacía también en barras o monedas de oro guardadas debajo del colchón; los ENTIERROS (la gente guardaba su metal en oro y en plata debajo de los pisos de sus casas) aumentaron muchísimo en esta época de tanta desconfianza hacia los bancos y todo lo que se le pareciera. Lo que la gente no convertía en oro o plata lo invertía comprando tierras.

TIPOS DE MONEDAS Y EL MEDIO CIRCULANTE
Hacia el año de 1875 las monedas conocidas con el nombre del peso de plata de ocho décimos, llamadas por muchos patacón. Que otros designaban peso del Rey. Las monedas tenían ley de 835 y 900 milésimas; y por el manoseo y la mala acuñación estaban tan gastadas que la ley se les reconocía de "pura buena fe", pues apenas se les notaba vestigios de un borroso dibujo, imitando una corona de laurel.

Del Patacón o peso se derivaban: la peseta (20 centavos), el real (10 centavos), el medio real (5 centavos) y el cuartillo (2 1/2 centavos); mas tarde circuló la cuarta por valor de 1 1/4 centavos, que era de un metal semejante al plomo.

Cuando el doctor Pedro Justo Berrío estableció la Casa de la Moneda se comenzó a amonedar la peseta (de 50 centavos), con ley de 835 milésimas y con un bello y sonoro timbre.

MONEDAS DE ORO
En muy poca cantidad figuraban la la onza de oro, por valor de 16 pesos de ocho décimos; y se hacían negocios en onzas, con especialidad en trato de mulas y bestias caballares, pero el paso se verificaba por el correspondiente en plata o en billetes. Bastante escasas eran las monedas de oro doble cóndor (20 pesos), cóndor (10 pesos) y medio cóndor (5 pesos); éstas últimas rara vez se veían a la luz del sol, pues su morada ordinaria eran las cajas de hierro y los cderes de alhajas de los ricos. Muchas personas reducían sus bienes a esas monedas y las enterraban; unos por avaricia y otros por el pavor a las constantes revoluciones.

ANÉCDOTAS DE ENTIERROS FAMOSOS Y NO TAN FAMOSOS EN MEDELLIN
Son muchas las historias acerca de personas que se sometían a privaciones y escasez, haciendo partícipes a sus familias de sus miserias, llegando a morir con sus monedas enterradas y viniendo a tocarle el hallazgo del entierro a quién prójimo era del avaro. Para mayor tormento y como castigo de sus avaricias, se conocieron varios casos de cacería de tales entierros, por ejemplo: un señor de Envigado, todo lo que conseguía lo cambiaba por oro y lo enterraba en el solar de su casa, hasta que unos vecinos lo atisbaron y se quedaron con la rica guaca.

Otra persona enterró una buena cantidad de billetes en un cajón, mientras pasaba una revolución, y por una de tantas peripecias tuvo que huir; cuando volvió a buscar su guardado, halló que tanto el cajón como los billetes estaban completamente descompuestos; y fue tanta su pena que no tuvo el valor de callar lo sucedido, y así se propagó la triste historia.

Otra cacería de entierro: Por los lados del barrio Buenos Aires vivía un viejo con merecida fama de avaro, a quien todos los vecinos sindicaban de cultivar un pequeño "entierrito". Entre los varios negocios que administraba tenía el de alquilar bestias, con la expresa condición de que el pago se lo hicieran en pesetas. Dos clientes de este señor, muy intrigados, por repetidas ocasiones le tomaron los caballos, le pagaron en la moneda deseada, y además lo atisbaron hasta saber el paradero de su tesoro; y así fue como le cazaron el fruto de sus privaciones. Fue tan grande su dolor que se enloqueció y en este estado terminó su vida.

Espantos, entierros y morrocotas de oro:
En el Medellín de la primera mitad del siglo XX, Había espantos o entierros en los edificios Mercedes y Matilde, en la Penitenciaría, en la casa de la carrera Carúpano, en la Salsamentaria la Francesa. También, en la urbanización Alcalá, en el municipio vecino de Envigado.

Entre 1945 y 1970, aumentó considerablemente el número de habitantes en Medellín, por el auge industrial que vivía la ciudad; se incrementó el nivel de la actividad constructora para proveer de vivienda a los nuevos habitantes, lo que hizo que se removiera mucha tierra y derrumbaran antiquísimas viviendas. En dicho período, a raíz del movimiento urbanizador descrito, se descubrieron muchos entierros.

El entierro de la casa de las señoritas Escobar:
Situada en la carrera Carúpano, que después se llamaría Sucre, al cruce con la calle de Ayacucho y un poco arriba del desgraciadamente demolido Teatro Bolívar. Esta casa estaba ocupada por la Empresa Municipal de Energía. Las
cuentas de servicios públicos se pagaban con una libreta que poseía cada suscriptor. El pago, probablemente, se haría de acuerdo con el número de bombillas de cada casa, pues, trifilar, televisión y otro montón de cosas no existían.

Debido a una operación de compraventa el inmueble le fue solicitado a la Empresa de Energía la cual lo desocupó, para trasladarse a la carrera Carabobo con Perú. La construcción de la casa de las señoritas Escobar era de las mas antiguas de la ciudad. Tenía tres portones de doble ala, con cornisa y cada ala tenía una llave de hierro, de unos 28 centímetros de larga y muy pesada. Las ventanas, arrodilladas, del mismo tamaño de las puertas; los muros de cerramiento y los divisorios, de tapa de tierra colorada de 60 y 40 centímetros de ancho, unos y otros.

Los pisos estaban formados con ladrillo de barro cocido de 40 por 40 centímetros. Tenía un cárcamo con piso y paredes forradas en piedra que servía para recolectar las aguas lluvias de los cuatro patios, y de los servicios sanitarios, de la cocina y del baño de inmersión. Los techos eran altos, muy altos, emboñigados y muy blanqueados, con gruesas vigas de madera sin labrar y cubierta de teja de barro, de la grande.

El primer celador que puso allí la agencia de propiedad Raíz duró una noche. Ni siquiera se presentó a la deicina para reclamar su salario. Mandó las llaves con esta razón: "que a las doce de la noche lo habían cogido de los pies, y sobre la estera en que dormía lo arrastraron por toda la casa; que no pudo decir palabra porque la lengua se la había enredado en un portillo que tenía en la quijada derecha, donde le faltaban el colmillo y un diente; que casas desocupadas no cuidaba mas; que prefería morirse de hambre".

Como en esa época había tantos bobos, mucha gente se creyó el cuento. Se mandó un nuevo celador, y al día siguiente, ese celador se apareció en la agencia de propiedad raíz para entregar las llaves diciendo: "Ese cementerio no lo cuido mas. Anoche no dormí. Había como 20 mujeres con cara de lápida, fumando y rezando una oraciones que yo nunca había oído, y a las 3 de la mañana prendieron todas las luces de la casa, y allá no hay energía ni para una parrilla. No vuelvo. Aquí tienen las llaves, consiga otra calavera para que le cuide su casa y sus esqueletos.

La agencia resolvió no enviar mas celadores y entregarles las llaves a los señores Mariano Cadavid y Evaristo Bustamante, únicos demoledores que tuvo Medellín en esa época. De esa casa de las señoritas Escobar sacaron un entierro: todo era oro, y mucho.

El entierro en la penitenciaría:
En la casa que ocupó la Penitenciarí o Presidio hasta 1945, aproximadamente, propiedad que fue de don Jorge Luis Arango, propietario de la Litografía J.L. Arango, sacaron otro entierro. El le había vendido la casa a don J.B. Londoño; la casa se arrendaba o se demolía. Hoy en esa casa está el edificio del Banco Central Hipotecario (calle Colombia con carrera Cucúta).

En esos caserones tan grandes y tan viejos no había nada para vigilar. Además, allí habían estado los presos, que todas las mañanas eran sacados encadenados de los pies para dar un paseo por los alrededores. Al inmueble deshabitado se le colocó un celador. El hombre llevó su estera con cobijas, cerró la puerta principal que daba a la calle Colombia, le puso llave y trancó con una barra. A las dos de la mañana salió despavorido y muerto de pánico. Según él, la puerta se la había abierto, y un herrero le daba golpes sobre un yunque a una varilla.

El celador renunció, entonces la agencia consiguió un hombre de confianza. Al día siguiente este hombre estaba en la agencia esperando para entregar las llaves, diciendo: "Allá no duerme ni el Putas acompañado con diez mujeres. A las 12 de la noche, lloviendo y en plena oscuridad, empecé a sentir ruidos en el comedor; los cuchillos se caían, lo mismo las cucharas y los platos. Caían rotos. Yo me levanté y vi cuando por el patio principal pasaban con un muerto vestido con pantalón, saco, corbata y sombrero, pero el pánico me dio cuando vi que lo llevaban boca abajo sobre un par de tubos de hierro. Eran ya las dos de la mañana y llovía a torrentes. El frío helado me había congelado la sangre.
Me pagan, que me largo, y no me pregunten nada, que tengo mucho miedo. Pues creo que yo soy el muerto y con razón me siento como una calavera".

La agencia, incrédula, consiguió dos muchachos, de unos 25 años, se les contó todo lo que había pasado; se les propuso cuidar la casa pagándoles muy bien, y ellos aceptaron. Cuando los muchachos fueron a recoger las llaves le pidieron a la agencia de propiedad raíz una botella de aguardiente, porque ya tenían miedo. Entonces, la agencia canceló el trato y le entregó la casa a los demoledores. En la demolición se encontró detrás de una alacena incrustada en uno de los muros del comedor dos paquetes: el uno contenía cuchillos y cucharas antiguas de preciosa orfebrería y en el otro había una olleta, cuyo contenido no revelaron los demoledores.

Tinajas de oro en la Urbanización Alcalá en Envigado:
Don Bernardo Isaza vendió su casa finca que quedaba en el vecino municipio de Envigado. La casa era una maravillosa construcción con hermosas rejas de hierro que enmarcaban los corredores; los pisos estaban cubiertos con baldosa de extraordinaria calidad y colorido; las puertas y ventanas le servían de adorno a su arquitectura, y las comodidades y servicios eran completos.
Era una casa de campo de las buenas, y además de gente distinguida y rica.

Antes de llegar a la casa, dos palmas servían de pórtico o de adorno. Se veían majestuosas. Tendrían cien o mas años.
A un costado de la casa, la piscina. Los vecinos a la casa le advirtieron al comprador que allí había un entierro y que de
allí salían un par de ancianos con unas velas tan grandes como ellos. Unas veces aparecen con ellas prendidas y otras las prenden tarde en la noche, aunque esté lloviendo. El comprador no les creyó.

El celador contratado se apareció en la agencia al día siguiente con el mismo cuento y renunció, contando antes: Anoche me escondieron la ropa y me hicieron señas con unas velas, eran las dos de la mañana, y una persona muy vieja se estaba ahogando en un especie de alberca en mi alcoba; busque quien le cuide su casa, y a mi no me vuelva a llamar.

Entonces se contrató a un matrimonio, para que se entretengan y no se repitiera el cuento. Antonio José Rivera y su esposa Nieves se fueron a cuidar la casa; mas bien, a vivir, puesto que se les hizo llevar todos los corotos a las 6 de la tarde. A las 8 de la mañana siguiente estaba Antonio José en la agencia con los corotos en un camión allí en la calle, diciendo:"... este asuntico me lo tiene que arreglar. Usted no me dijo nada de espantos.

Mi mujer desapareció, muerta de miedo, desde la una de la mañana y no la he podido encontrar. Inclusive fui a donde su mamá, y me dicen que allí no amaneció. Fui a la inspección y allá tampoco está. En esa casa hacen fiestas a las 3 de la mañana. Los bomberos pasan por toda la casa tocando la sirena y las campanas de los carros; la banda de músicos de mi pueblo se me apareció tocando a darme una serenata, dizque porque yo había comprado esa casa. Allí no hay luz, y las velas que prendía mi mujer se las apagaban y se reían. Los esqueletos ladraban y fumaban".

Llegó el momento de la demolición. Para los trabajos de la urbanización y movimiento de tierras, se contrató a Jacobo
Rizler y su buldózer. El buldózer, al pasar por en medio de dos palmas, reventó una tinaja grande, que tenía oro. Se bajó el chdeer del buldózer, recogió todo, tomó la otra tinaja y allí quedó el buldózer con el motor encendido. Nuestro hombre nunca mas apareció, y con lástima grande se tumbaron ambas palmas para dar paso a las calles de la urbanización. Los pedazos de esa olla, estuvieron exhibidos en la agencia para que creyeran lo del entierro. Los indígenas elegían el espacio entre dos palmas para ocultar su oro.

Entierro de la casa ubicada en la calle
Perú entre Palacé y Venezuela:

De esa casa vieja se sacó un entierro con mucho oro. Esa casa fue propiedad de la familia Escobar Londoño. La casa se desocupó para luego alquilarla.

El primer celador que se consiguió apareció al día siguiente diciendo: "Yo he sido muy macho y no he creído en espantos; pero los que vi anoche se los pongo a cualquiera. En la alcoba principal de la casa coloqué mi estera y como a las 3 de la mañana empezaron las campanas a sonar. Las momias a salir de las bóvedas, ahí se armó la fiesta con los esqueletos. Yo desperté muerto de miedo, pero pensé que las que sonaban eran las campanas de la Basílica Metropolitana. Si quiere le cuido toda la casa, pero a esa pieza no vuelvo a entrar ni de día. Aquí tienen las llaves.

El reemplazo fue contratar a un matrimonio, pero al día siguiente se presentaron en la agencia, era fácil ver en sus caras las huellas del trasnocho y las del miedo de que habían sido víctimas la noche anterior. Ellos contaron: "En la alcoba principal hay un entierro. Yo creo que son las ánimas las que a la una de la mañana empiezan a tocar las campanas y nosotros, para cuidarle su casa, amanecimos en la puerta de la calle. Antenoche, yo me aguanté toda la pelotera que hicieron en la casa, pasé despierto y parado en la puerta de la calle, por si tenía que salir a la carrera.

Anoche me llevé a mi negrita para que durmiera conmigo y me acompañara; pero aquí le dejo sus llaves y consiga otro, aunque sea mas pendejo y guapo que yo. Me paga que me voy y no me vuelva a llamar para que le cuide sus espantos. Al celador, mientras hablaba los ojos se le querían salir; se frotaba las manos, para secarse el sudor y en la cara se le podía ver muerte no me lleves.

La casa había sido propiedad del Tusito Restrepo, y cuando la guerra con el Perú, por allá en 1932, este señor había enterrado en la casa todo su oro. Antes de morir de anemia la vendió a don Luis Alfonso Vélez, y una vez arrendado el inmueble y en algún trabajo que estaban haciendo en la alcoba principal, una tabla de madera del piso se hundió y ahí estaba el entierro. Libras esterlinas, y muchas. El arrendatario canceló el contrato de arrendamiento y compró la casa.

Los muros medianeros exteriores y divisorios en las construcciones conocidos en el siglo pasado y a principios de éste, tenían un ancho de 40 y 60 centímetros. En su construcción solo se utilizaba la tierra y un pizador, a medida que se aplicaban capas de diez o veinte centímetros se iba apisonando y para darle mayor firmeza y consistencia se le echaba agua. En las poblaciones colombianas se puede contemplar la arquitectura de la época a base de muros de tapia. En el área rural, donde se aprecia con mas admiración, la antigüedad y firmeza y calidad de aquellas construcciones.Son escasos los tapiales hechos con tierra negra. La colorada es de mayor amarre y consistencia. Luego vendría, la guadua y posteriormente el adobe, ladrillo y cemento.

Los atanores de barro al igual que los de cemento, son muy nuevos; a principios del siglo, se utilizaba para desaguar, el cárcamo, una especie de zanja, cuyo piso y paredes eran de adobe de cuarenta por cuarenta con una cubierta o tapa de grandes lajas de piedras.

Entierro de Escopetas y de Bayonetas caladas:
Hoy en día, en el sitio donde está ubicada el edificio sede del Banco de la República en Medellín; antes existieron dos
edificios de dos plantas llamados Mercedes y Matilde, sobre el costado sur del Parque de Berrío.

Dichas edificios (casas) albergaban varios almacenes distribuidores de telas: Rada Hermanos, Antonio Mesa y Hermanos, Almacén el León, y la Joyería Hijos de David Arango. El segundo piso lo ocupaban David y Alejandro Córdoba Medina. Para hacer el nuevo edificio, se desocuparon las dos casa. En la parte inferior del edificio Matilde, vivía desde muchos años atrás, un matrimonio que hacían las veces de celadores, o cuidadores como se decía. El señor Francisco Carvalho, no tenía mas de 1.30 metros de estatura, y unos 45 kilos de peso. Tenía la tez morena, quemada y arrugada por tantos años de vida; los ojos prdeundamente negros y muy pequeños; la mirada fría y penetrante, las orejas pequeñas y bien formadas, y en suma sus rasgos y perfiles indicaban que eran de buena gente.

Su esposa y compañera no salía del edificio a cosa distinta que a misa de doce todos los domingos, a la iglesia de la Candelaria, y los sábados por la mañana a hacer su mercado. Ambos edificios permanecían bien cerrados, mejor cuidados, y limpios, muy limpios, incluidos los empedrados de los patios, que eran cuatro, y el de las gallinas.

Francisco hablaba sobre los espantos de esas casas: "En los dos edificios hay entierro. Imagínese que yo tengo 70 años y siempre he vivido allí. No conocí mas Habitantes en los dos edificios que las familias Botero. Yo recuerdo que uno de esos señores estuvo en la guerra con el Perú. Pero entierros si hay".

En otra ocasión Francisco relató: "Anoche no dormimos. Es que nos asustaron toda la noche. La negra y yo estamos muertos del miedo. Imagínese que sentimos muchos ruidos en las escalas, de gente que subía y bajaba corriendo, y en ese edificio no vivimos sino la Negra y yo. Eso fue como a las 3 del amanecer. La Negra se levantó en el oscuro con una vela, y ella dice que le soplaron por detrás para apagársela y yo sentí que estaban cavando en el patio de las gallinas. Y toda gallinita que metemos al patio se asusta y se muere".

Funcionarios de la agencia de propiedad raíz decidieron embestir al espanto y se metieron a las casas un viernes por la noche. Entraron con un detector de metales, recorrieron los dos edificios, y después de haber detectado algunos objetos metálicos en varios sitios, y de haber hecho algunas excavaciones, salieron muertos del miedo. A las 3 de la mañana vieron suspendidas en el aire un montón de velas muy grandes que, encendidas, danzaban y se abrazaban.

Regresaron otro día, llenos de valor, y cargados de barras y pesados martillos, fueron en busca de Francisco para que
los acompañara.. A él lo encontraron sentado en un taburete, con la cabeza baja. Otra vez estaba trasnochado y asustado. A la una de la mañana con lámparas Coleman y linternas descubrieron una tapa de cemento muy grande. Hora y media se demoraron en partir la tapa y levantar los pedazos, para encontrar la cavidad de un cárcamo de piedra. No habían encontrado nada.

El Dr. Carlos Gómez Martínez, gerente del Banco de la República en Medellín, hizo averiguaciones con algunos de los descendientes de la familia Botero, y un plano a mano alzada, se ordenó una excavación en el patio de las gallinas, y allí encontraron 13 escopetas de bayoneta calada, muy oxidadas. Lo anterior fue lo que le dijeron al agente de propiedad raíz. Pero lo se supo fue que además de las escopetas, encontraron otro entierro.

Francisco, el cuidandero (celador), contaba después: "... lo de los rifles es apenas lo que cuentan. Al Banco yo le creo; pero mire; venga le muestro aquellos otros huecos; y si no sacaron nada, entonces, en donde está la tierra? Y porque cambiaron los trabajadores? ... "

Un desentierro moderno:
Pero no se crea que el hallazgo de entierros con grandes riquezas solo se dieron en el siglo XIX y comienzos del siglo XX: A principios de la década de 1980, mientras se removían grandes cantidades de tierra con tractores o buldózers en el municipio de Rionegro, Antioquia, para la construcción del Aeropuerto José María Córdova. Se cuenta que algunos obreros que manejaban esos tractores desaparecían del sitio y no regresaban ni siquiera a cobrar su liquidación y/o salarios; los rumores eran que ellos habían encontrado, en esos gigantescos movimiento de tierras, entierros o guacas que contenían grandes riquezas. Lo anterior ya forma parte de la leyenda de los entierros en Antioquia.

Fuera de los anteriores, muchos mas entierros fueron encontrados en Antioquia.

Parte de la información aquí contenida se consiguió de varias fuentes: Obra "Genealogías de Antioquia y Caldas",
elaborada pacientemente por el historiador antioqueño don Gabriel Arango Mejía; Libro "Genealogías de Salamina",
publicado por el caldense don Guillermo Duque Botero; Libro "De los Judíos en la historia de Colombia", escrito por el
exministro antioqueño de estado don Daniel Mesa Bernal; del libro "La corbata de los tres nudos"; de archivos históricos
particulares; y del archivo de www.viztaz.com.co


Tomado de la página anterior de RAICES

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