HISTORIAS
DE "ENTIERROS" O "GUACAS"
ENCONTRADOS EN MEDELLIN
QUE
PRODUJO EL AUGE DEL USO DE MONEDAS
METALICAS Y NO EL DE BILLETES?
Tomado
de Raices
Para la mayoría de
los hogares bogotanos y algunos mas de
otras ciudades colombianas la noche del
31 de diciembre de 1841 fue una noche
amarga, en la que no se escuchó
el "feliz y próspero año
nuevo". Y no era para menos: habían
entregado sus ahorros, minas, fábricas,
haciendas, casas y comercios a Judas Tadeo
Landínez, quien acababa de quebrar,
llevando a la ruina a todos sus clientes,
esparcidos por todo Colombia.
El financista Landínez, nacido
en la población boyacense de Samacá,
había estado captando inmensos
capitales dereciendo unos pagos de intereses
muy atractivos. Se decía que Landínez
llegó a manejar mas de dos millones
de pesos de la época. Hasta la
decada de 1830 la inflación era
un fenómeno completamente desconocido
en Colombia, ya que no existían
el mundo financiero ni el papel moneda
y escaseaba el medio circulante (dinero).
Pero para 1837 eso empezó a cambiar
con la expansión de la deuda pública
nacional del gobierno y las millonarias
especulaciones de Landínez que
colocaron en circulación toda suerte
de instrumentos negociables provocando
para 1841 una fuerte demanda por la tenencia
de oro y monedas de alta ley.
En medio de este panorama no sólo
disminuyó el flujo de las captaciones
de Landínez, sino que sus acreedores
y ahorradores le exigían el pago
o devolución de sus ahorros en
metálicos; pero el metálico
escaseaba y Landínez pese a tener
un suficiente patrimonio para responderle
a todos sus clientes no tenían
metálico, es decir, estaba ilíquido
y por ello se generó la desconfianza
hacia el y quebró, llevándo
a la ruina a miles de personas en todo
Colombia. El monto aproximado de la quiebra
de Landínez fue de mas de tres
millones de pesos. Se compara esta quiebra
con la de la Compañía de
Indias de John Law en Francia en el año
de 1719.
Una
de las consecuencias de esta primera Crisis
Financiera, provocada por la quiebra de
Landínez, fue que nadie en
Colombia quería volver a oír
de certificados de depósitos a
término, de bonos, vales, letras,
en una palabra, de documentos de crédito
ni de intermediarios financieros. Cundió
la desconfianza hacia los captadores de
ahorro y sus entidades organizadas, como
los bancos, y desde luego, hacia los instrumentos
negociables que éstos emitían
y respaldaban. Desaparecidos los billetes
y todas las formas de documentos de crédito,
solo vino a aceptarse como medio de pago
el dinero contante, sonante y de valor
constante: las monedas de oro y plata.
Después
de Landínez, todo se pagaba en
monedas de oro, y el ahorro se hacía
también en barras o monedas de
oro guardadas debajo del colchón;
los ENTIERROS (la gente guardaba su metal
en oro y en plata debajo de los pisos
de sus casas) aumentaron muchísimo
en esta época de tanta desconfianza
hacia los bancos y todo lo que se le pareciera.
Lo que la gente no convertía en
oro o plata lo invertía comprando
tierras.
TIPOS
DE MONEDAS Y EL MEDIO CIRCULANTE
Hacia el año de 1875 las monedas
conocidas con el nombre del peso de plata
de ocho décimos, llamadas por muchos
patacón. Que otros designaban peso
del Rey. Las monedas tenían ley
de 835 y 900 milésimas; y por el
manoseo y la mala acuñación
estaban tan gastadas que la ley se les
reconocía de "pura buena fe",
pues apenas se les notaba vestigios de
un borroso dibujo, imitando una corona
de laurel.
Del
Patacón o peso se derivaban: la
peseta (20 centavos), el real (10 centavos),
el medio real (5 centavos) y el cuartillo
(2 1/2 centavos); mas tarde circuló
la cuarta por valor de 1 1/4 centavos,
que era de un metal semejante al plomo.
Cuando
el doctor Pedro Justo Berrío estableció
la Casa de la Moneda se comenzó
a amonedar la peseta (de 50 centavos),
con ley de 835 milésimas y con
un bello y sonoro timbre.
MONEDAS
DE ORO
En muy poca cantidad figuraban la la onza
de oro, por valor de 16 pesos de ocho
décimos; y se hacían negocios
en onzas, con especialidad en trato de
mulas y bestias caballares, pero el paso
se verificaba por el correspondiente en
plata o en billetes. Bastante escasas
eran las monedas de oro doble cóndor
(20 pesos), cóndor (10 pesos) y
medio cóndor (5 pesos); éstas
últimas rara vez se veían
a la luz del sol, pues su morada ordinaria
eran las cajas de hierro y los cderes
de alhajas de los ricos. Muchas personas
reducían sus bienes a esas monedas
y las enterraban; unos por avaricia y
otros por el pavor a las constantes revoluciones.
ANÉCDOTAS
DE ENTIERROS FAMOSOS Y NO TAN FAMOSOS
EN MEDELLIN
Son muchas las historias acerca de
personas que se sometían a privaciones
y escasez, haciendo partícipes
a sus familias de sus miserias, llegando
a morir con sus monedas enterradas y viniendo
a tocarle el hallazgo del entierro a quién
prójimo era del avaro. Para mayor
tormento y como castigo de sus avaricias,
se conocieron varios casos de cacería
de tales entierros, por ejemplo: un señor
de Envigado, todo lo que conseguía
lo cambiaba por oro y lo enterraba en
el solar de su casa, hasta que unos vecinos
lo atisbaron y se quedaron con la rica
guaca.
Otra
persona enterró una buena cantidad
de billetes en un cajón, mientras
pasaba una revolución, y por una
de tantas peripecias tuvo que huir; cuando
volvió a buscar su guardado, halló
que tanto el cajón como los billetes
estaban completamente descompuestos; y
fue tanta su pena que no tuvo el valor
de callar lo sucedido, y así se
propagó la triste historia.
Otra
cacería de entierro: Por los lados
del barrio Buenos Aires vivía un
viejo con merecida fama de avaro, a quien
todos los vecinos sindicaban de cultivar
un pequeño "entierrito".
Entre los varios negocios que administraba
tenía el de alquilar bestias, con
la expresa condición de que el
pago se lo hicieran en pesetas. Dos clientes
de este señor, muy intrigados,
por repetidas ocasiones le tomaron los
caballos, le pagaron en la moneda deseada,
y además lo atisbaron hasta saber
el paradero de su tesoro; y así
fue como le cazaron el fruto de sus privaciones.
Fue tan grande su dolor que se enloqueció
y en este estado terminó su vida.
Espantos,
entierros y morrocotas de oro:
En el Medellín de la primera mitad
del siglo XX, Había espantos o
entierros en los edificios Mercedes y
Matilde, en la Penitenciaría, en
la casa de la carrera Carúpano,
en la Salsamentaria la Francesa. También,
en la urbanización Alcalá,
en el municipio vecino de Envigado.
Entre
1945 y 1970, aumentó considerablemente
el número de habitantes en Medellín,
por el auge industrial que vivía
la ciudad; se incrementó el nivel
de la actividad constructora para proveer
de vivienda a los nuevos habitantes, lo
que hizo que se removiera mucha tierra
y derrumbaran antiquísimas viviendas.
En dicho período, a raíz
del movimiento urbanizador descrito, se
descubrieron muchos entierros.
El
entierro de la casa de las señoritas
Escobar:
Situada en la carrera Carúpano,
que después se llamaría
Sucre, al cruce con la calle de Ayacucho
y un poco arriba del desgraciadamente
demolido Teatro Bolívar. Esta casa
estaba ocupada por la Empresa Municipal
de Energía. Las
cuentas de servicios públicos se
pagaban con una libreta que poseía
cada suscriptor. El pago, probablemente,
se haría de acuerdo con el número
de bombillas de cada casa, pues, trifilar,
televisión y otro montón
de cosas no existían.
Debido a una operación de compraventa
el inmueble le fue solicitado a la Empresa
de Energía la cual lo desocupó,
para trasladarse a la carrera Carabobo
con Perú. La construcción
de la casa de las señoritas Escobar
era de las mas antiguas de la ciudad.
Tenía tres portones de doble ala,
con cornisa y cada ala tenía una
llave de hierro, de unos 28 centímetros
de larga y muy pesada. Las ventanas, arrodilladas,
del mismo tamaño de las puertas;
los muros de cerramiento y los divisorios,
de tapa de tierra colorada de 60 y 40
centímetros de ancho, unos y otros.
Los pisos estaban formados con ladrillo
de barro cocido de 40 por 40 centímetros.
Tenía un cárcamo con piso
y paredes forradas en piedra que servía
para recolectar las aguas lluvias de los
cuatro patios, y de los servicios sanitarios,
de la cocina y del baño de inmersión.
Los techos eran altos, muy altos, emboñigados
y muy blanqueados, con gruesas vigas de
madera sin labrar y cubierta de teja de
barro, de la grande.
El primer celador que puso allí
la agencia de propiedad Raíz duró
una noche. Ni siquiera se presentó
a la deicina para reclamar su salario.
Mandó las llaves con esta razón:
"que a las doce de la noche lo habían
cogido de los pies, y sobre la estera
en que dormía lo arrastraron por
toda la casa; que no pudo decir palabra
porque la lengua se la había enredado
en un portillo que tenía en la
quijada derecha, donde le faltaban el
colmillo y un diente; que casas desocupadas
no cuidaba mas; que prefería morirse
de hambre".
Como
en esa época había tantos
bobos, mucha gente se creyó el
cuento. Se mandó un nuevo celador,
y al día siguiente, ese celador
se apareció en la agencia de propiedad
raíz para entregar las llaves diciendo:
"Ese cementerio no lo cuido mas.
Anoche no dormí. Había como
20 mujeres con cara de lápida,
fumando y rezando una oraciones que yo
nunca había oído, y a las
3 de la mañana prendieron todas
las luces de la casa, y allá no
hay energía ni para una parrilla.
No vuelvo. Aquí tienen las llaves,
consiga otra calavera para que le cuide
su casa y sus esqueletos.
La
agencia resolvió no enviar mas
celadores y entregarles las llaves a los
señores Mariano Cadavid y Evaristo
Bustamante, únicos demoledores
que tuvo Medellín en esa época.
De esa casa de las señoritas Escobar
sacaron un entierro: todo era oro, y mucho.
El
entierro en la penitenciaría:
En la casa que ocupó la Penitenciarí
o Presidio hasta 1945, aproximadamente,
propiedad que fue de don Jorge Luis Arango,
propietario de la Litografía J.L.
Arango, sacaron otro entierro. El le había
vendido la casa a don J.B. Londoño;
la casa se arrendaba o se demolía.
Hoy en esa casa está el edificio
del Banco Central Hipotecario (calle Colombia
con carrera Cucúta).
En
esos caserones tan grandes y tan viejos
no había nada para vigilar. Además,
allí habían estado los presos,
que todas las mañanas eran sacados
encadenados de los pies para dar un paseo
por los alrededores. Al inmueble deshabitado
se le colocó un celador. El hombre
llevó su estera con cobijas, cerró
la puerta principal que daba a la calle
Colombia, le puso llave y trancó
con una barra. A las dos de la mañana
salió despavorido y muerto de pánico.
Según él, la puerta se la
había abierto, y un herrero le
daba golpes sobre un yunque a una varilla.
El
celador renunció, entonces la agencia
consiguió un hombre de confianza.
Al día siguiente este hombre estaba
en la agencia esperando para entregar
las llaves, diciendo: "Allá
no duerme ni el Putas acompañado
con diez mujeres. A las 12 de la noche,
lloviendo y en plena oscuridad, empecé
a sentir ruidos en el comedor; los cuchillos
se caían, lo mismo las cucharas
y los platos. Caían rotos. Yo me
levanté y vi cuando por el patio
principal pasaban con un muerto vestido
con pantalón, saco, corbata y sombrero,
pero el pánico me dio cuando vi
que lo llevaban boca abajo sobre un par
de tubos de hierro. Eran ya las dos de
la mañana y llovía a torrentes.
El frío helado me había
congelado la sangre.
Me pagan, que me largo, y no me pregunten
nada, que tengo mucho miedo. Pues creo
que yo soy el muerto y con razón
me siento como una calavera".
La
agencia, incrédula, consiguió
dos muchachos, de unos 25 años,
se les contó todo lo que había
pasado; se les propuso cuidar la casa
pagándoles muy bien, y ellos aceptaron.
Cuando los muchachos fueron a recoger
las llaves le pidieron a la agencia de
propiedad raíz una botella de aguardiente,
porque ya tenían miedo. Entonces,
la agencia canceló el trato y le
entregó la casa a los demoledores.
En la demolición se encontró
detrás de una alacena incrustada
en uno de los muros del comedor dos paquetes:
el uno contenía cuchillos y cucharas
antiguas de preciosa orfebrería
y en el otro había una olleta,
cuyo contenido no revelaron los demoledores.
Tinajas
de oro en la Urbanización Alcalá
en Envigado:
Don Bernardo Isaza vendió su casa
finca que quedaba en el vecino municipio
de Envigado. La casa era una maravillosa
construcción con hermosas rejas
de hierro que enmarcaban los corredores;
los pisos estaban cubiertos con baldosa
de extraordinaria calidad y colorido;
las puertas y ventanas le servían
de adorno a su arquitectura, y las comodidades
y servicios eran completos.
Era una casa de campo de las buenas, y
además de gente distinguida y rica.
Antes
de llegar a la casa, dos palmas servían
de pórtico o de adorno. Se veían
majestuosas. Tendrían cien o mas
años.
A un costado de la casa, la piscina. Los
vecinos a la casa le advirtieron al comprador
que allí había un entierro
y que de
allí salían un par de ancianos
con unas velas tan grandes como ellos.
Unas veces aparecen con ellas prendidas
y otras las prenden tarde en la noche,
aunque esté lloviendo. El comprador
no les creyó.
El
celador contratado se apareció
en la agencia al día siguiente
con el mismo cuento y renunció,
contando antes: Anoche me escondieron
la ropa y me hicieron señas con
unas velas, eran las dos de la mañana,
y una persona muy vieja se estaba ahogando
en un especie de alberca en mi alcoba;
busque quien le cuide su casa, y a mi
no me vuelva a llamar.
Entonces
se contrató a un matrimonio, para
que se entretengan y no se repitiera el
cuento. Antonio José Rivera y su
esposa Nieves se fueron a cuidar la casa;
mas bien, a vivir, puesto que se les hizo
llevar todos los corotos a las 6 de la
tarde. A las 8 de la mañana siguiente
estaba Antonio José en la agencia
con los corotos en un camión allí
en la calle, diciendo:"... este asuntico
me lo tiene que arreglar. Usted no me
dijo nada de espantos.
Mi mujer desapareció, muerta de
miedo, desde la una de la mañana
y no la he podido encontrar. Inclusive
fui a donde su mamá, y me dicen
que allí no amaneció. Fui
a la inspección y allá tampoco
está. En esa casa hacen fiestas
a las 3 de la mañana. Los bomberos
pasan por toda la casa tocando la sirena
y las campanas de los carros; la banda
de músicos de mi pueblo se me apareció
tocando a darme una serenata, dizque porque
yo había comprado esa casa. Allí
no hay luz, y las velas que prendía
mi mujer se las apagaban y se reían.
Los esqueletos ladraban y fumaban".
Llegó
el momento de la demolición. Para
los trabajos de la urbanización
y movimiento de tierras, se contrató
a Jacobo
Rizler y su buldózer. El buldózer,
al pasar por en medio de dos palmas, reventó
una tinaja grande, que tenía oro.
Se bajó el chdeer del buldózer,
recogió todo, tomó la otra
tinaja y allí quedó el buldózer
con el motor encendido. Nuestro hombre
nunca mas apareció, y con lástima
grande se tumbaron ambas palmas para dar
paso a las calles de la urbanización.
Los pedazos de esa olla, estuvieron exhibidos
en la agencia para que creyeran lo del
entierro. Los indígenas elegían
el espacio entre dos palmas para ocultar
su oro.
Entierro
de la casa ubicada en la calle
Perú entre Palacé y Venezuela:
De esa casa vieja se sacó un entierro
con mucho oro. Esa casa fue propiedad
de la familia Escobar Londoño.
La casa se desocupó para luego
alquilarla.
El
primer celador que se consiguió
apareció al día siguiente
diciendo: "Yo he sido muy macho y
no he creído en espantos; pero
los que vi anoche se los pongo a cualquiera.
En la alcoba principal de la casa coloqué
mi estera y como a las 3 de la mañana
empezaron las campanas a sonar. Las momias
a salir de las bóvedas, ahí
se armó la fiesta con los esqueletos.
Yo desperté muerto de miedo, pero
pensé que las que sonaban eran
las campanas de la Basílica Metropolitana.
Si quiere le cuido toda la casa, pero
a esa pieza no vuelvo a entrar ni de día.
Aquí tienen las llaves.
El
reemplazo fue contratar a un matrimonio,
pero al día siguiente se presentaron
en la agencia, era fácil ver en
sus caras las huellas del trasnocho y
las del miedo de que habían sido
víctimas la noche anterior. Ellos
contaron: "En la alcoba principal
hay un entierro. Yo creo que son las ánimas
las que a la una de la mañana empiezan
a tocar las campanas y nosotros, para
cuidarle su casa, amanecimos en la puerta
de la calle. Antenoche, yo me aguanté
toda la pelotera que hicieron en la casa,
pasé despierto y parado en la puerta
de la calle, por si tenía que salir
a la carrera.
Anoche me llevé a mi negrita para
que durmiera conmigo y me acompañara;
pero aquí le dejo sus llaves y
consiga otro, aunque sea mas pendejo y
guapo que yo. Me paga que me voy y no
me vuelva a llamar para que le cuide sus
espantos. Al celador, mientras hablaba
los ojos se le querían salir; se
frotaba las manos, para secarse el sudor
y en la cara se le podía ver muerte
no me lleves.
La
casa había sido propiedad del Tusito
Restrepo, y cuando la guerra con el Perú,
por allá en 1932, este señor
había enterrado en la casa todo
su oro. Antes de morir de anemia la vendió
a don Luis Alfonso Vélez, y una
vez arrendado el inmueble y en algún
trabajo que estaban haciendo en la alcoba
principal, una tabla de madera del piso
se hundió y ahí estaba el
entierro. Libras esterlinas, y muchas.
El arrendatario canceló el contrato
de arrendamiento y compró la casa.
Los
muros medianeros exteriores y divisorios
en las construcciones conocidos en el
siglo pasado y a principios de éste,
tenían un ancho de 40 y 60 centímetros.
En su construcción solo se utilizaba
la tierra y un pizador, a medida que se
aplicaban capas de diez o veinte centímetros
se iba apisonando y para darle mayor firmeza
y consistencia se le echaba agua. En las
poblaciones colombianas se puede contemplar
la arquitectura de la época a base
de muros de tapia. En el área rural,
donde se aprecia con mas admiración,
la antigüedad y firmeza y calidad
de aquellas construcciones.Son escasos
los tapiales hechos con tierra negra.
La colorada es de mayor amarre y consistencia.
Luego vendría, la guadua y posteriormente
el adobe, ladrillo y cemento.
Los
atanores de barro al igual que los de
cemento, son muy nuevos; a principios
del siglo, se utilizaba para desaguar,
el cárcamo, una especie de zanja,
cuyo piso y paredes eran de adobe de cuarenta
por cuarenta con una cubierta o tapa de
grandes lajas de piedras.
Entierro
de Escopetas y de Bayonetas caladas:
Hoy en día, en el sitio donde está
ubicada el edificio sede del Banco de
la República en Medellín;
antes existieron dos
edificios de dos plantas llamados Mercedes
y Matilde, sobre el costado sur del Parque
de Berrío.
Dichas
edificios (casas) albergaban varios almacenes
distribuidores de telas: Rada Hermanos,
Antonio Mesa y Hermanos, Almacén
el León, y la Joyería Hijos
de David Arango. El segundo piso lo ocupaban
David y Alejandro Córdoba Medina.
Para hacer el nuevo edificio, se desocuparon
las dos casa. En la parte inferior del
edificio Matilde, vivía desde muchos
años atrás, un matrimonio
que hacían las veces de celadores,
o cuidadores como se decía. El
señor Francisco Carvalho, no tenía
mas de 1.30 metros de estatura, y unos
45 kilos de peso. Tenía la tez
morena, quemada y arrugada por tantos
años de vida; los ojos prdeundamente
negros y muy pequeños; la mirada
fría y penetrante, las orejas pequeñas
y bien formadas, y en suma sus rasgos
y perfiles indicaban que eran de buena
gente.
Su esposa y compañera no salía
del edificio a cosa distinta que a misa
de doce todos los domingos, a la iglesia
de la Candelaria, y los sábados
por la mañana a hacer su mercado.
Ambos edificios permanecían bien
cerrados, mejor cuidados, y limpios, muy
limpios, incluidos los empedrados de los
patios, que eran cuatro, y el de las gallinas.
Francisco
hablaba sobre los espantos de esas casas:
"En los dos edificios hay entierro.
Imagínese que yo tengo 70 años
y siempre he vivido allí. No conocí
mas Habitantes en los dos edificios que
las familias Botero. Yo recuerdo que uno
de esos señores estuvo en la guerra
con el Perú. Pero entierros si
hay".
En otra ocasión Francisco relató:
"Anoche no dormimos. Es que nos asustaron
toda la noche. La negra y yo estamos muertos
del miedo. Imagínese que sentimos
muchos ruidos en las escalas, de gente
que subía y bajaba corriendo, y
en ese edificio no vivimos sino la Negra
y yo. Eso fue como a las 3 del amanecer.
La Negra se levantó en el oscuro
con una vela, y ella dice que le soplaron
por detrás para apagársela
y yo sentí que estaban cavando
en el patio de las gallinas. Y toda gallinita
que metemos al patio se asusta y se muere".
Funcionarios
de la agencia de propiedad raíz
decidieron embestir al espanto y se metieron
a las casas un viernes por la noche. Entraron
con un detector de metales, recorrieron
los dos edificios, y después de
haber detectado algunos objetos metálicos
en varios sitios, y de haber hecho algunas
excavaciones, salieron muertos del miedo.
A las 3 de la mañana vieron suspendidas
en el aire un montón de velas muy
grandes que, encendidas, danzaban y se
abrazaban.
Regresaron
otro día, llenos de valor, y cargados
de barras y pesados martillos, fueron
en busca de Francisco para que
los acompañara.. A él lo
encontraron sentado en un taburete, con
la cabeza baja. Otra vez estaba trasnochado
y asustado. A la una de la mañana
con lámparas Coleman y linternas
descubrieron una tapa de cemento muy grande.
Hora y media se demoraron en partir la
tapa y levantar los pedazos, para encontrar
la cavidad de un cárcamo de piedra.
No habían encontrado nada.
El
Dr. Carlos Gómez Martínez,
gerente del Banco de la República
en Medellín, hizo averiguaciones
con algunos de los descendientes de la
familia Botero, y un plano a mano alzada,
se ordenó una excavación
en el patio de las gallinas, y allí
encontraron 13 escopetas de bayoneta calada,
muy oxidadas. Lo anterior fue lo que le
dijeron al agente de propiedad raíz.
Pero lo se supo fue que además
de las escopetas, encontraron otro entierro.
Francisco,
el cuidandero (celador), contaba después:
"... lo de los rifles es apenas lo
que cuentan. Al Banco yo le creo; pero
mire; venga le muestro aquellos otros
huecos; y si no sacaron nada, entonces,
en donde está la tierra? Y porque
cambiaron los trabajadores? ... "
Un
desentierro moderno:
Pero no se crea que el hallazgo de entierros
con grandes riquezas solo se dieron en
el siglo XIX y comienzos del siglo XX:
A principios de la década de 1980,
mientras se removían grandes cantidades
de tierra con tractores o buldózers
en el municipio de Rionegro, Antioquia,
para la construcción del Aeropuerto
José María Córdova.
Se cuenta que algunos obreros que manejaban
esos tractores desaparecían del
sitio y no regresaban ni siquiera a cobrar
su liquidación y/o salarios; los
rumores eran que ellos habían encontrado,
en esos gigantescos movimiento de tierras,
entierros o guacas que contenían
grandes riquezas. Lo anterior ya forma
parte de la leyenda de los entierros en
Antioquia.
Fuera
de los anteriores, muchos mas entierros
fueron encontrados en Antioquia.
Parte
de la información aquí contenida
se consiguió de varias fuentes:
Obra "Genealogías de Antioquia
y Caldas",
elaborada pacientemente por el historiador
antioqueño don Gabriel Arango Mejía;
Libro "Genealogías de Salamina",
publicado por el caldense don Guillermo
Duque Botero; Libro "De los Judíos
en la historia de Colombia",
escrito por el
exministro antioqueño de estado
don Daniel Mesa Bernal; del libro "La
corbata de los tres nudos"; de
archivos históricos
particulares; y del archivo de www.viztaz.com.co
Tomado
de la página anterior de RAICES