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Literatura
TOMÁS CARRASQUILLA,
EL ALMA DE UN PUEBLO
Tomás Carrasquilla. Oleo de Ricardo Gómez Campuzano, 1942. 66x52 cm. Biblioteca Nacional de Colombia, Bogotá.

(Santo Domingo, 1858. Medellín, 1940)

Tomás Carrasquilla Naranjo nació en Santodomingo, Antioquia, el 17 de enero de 1858. Rafael y Ecilda se llamaban sus padres. Tuvo dos hermanos, Mauricio -que murió de dos meses y medio- e Isabel, que sobrevivió a todos.

Pasó sus primeros quince años en Santodomingo: "como querían que fuera doctor y lumbrera, me pusieron, desde chico hasta grande, en cuanto colegio hubo por esas cordilleras. ¡Pobres viejos!", dice Don Tomás en su Autobiografía. En 1872 viaja a Medellín -que entonces tenía 30.000 habitantes- donde se matricula en el Colegio del Estado. Aún se conservan sus calificaciones de 1874: "Gramática castellana: regular", "composición en castellano: muy atrasado" y hay una observación suscrita por el rector de la Universidad, don José María Gómez Angel: "la lectura constante de novelas perjudicó mucho a este alumno".

Entre sus compañeros de estudios -1875- figuran Pedro Nel Ospina, Eduardo Zuleta, Rafael Uribe Uribe, Tulio Ospina, Francisco de Paula Rendón y Antonio José Restrepo. Algunos iniciaron estudios de derecho al año siguiente, pero la guerra civil condujo al cierre de la universidad y al regreso de Don Tomás a Santodomingo.

De los años de estudiante en Medellín queda el testimonio de Antonio José (Ñito) Restrepo, que bien merece citarse in extenso:

"Para 1876 era Tomás Carrasquilla en la Universidad de Antioquia lo que ahora llaman en esta Bogotá un filipichín, que vale por pisaverde, petimetre y demás voces aplicables al que se acicala demasiado y cuida más de su persona e indumentaria que de sus libros o tareas de negocios. Estudiante frisador en los 18 a lo sumo, él y su compañero inseparable -el también hoy reputado novelista F. de P. Rendón- eran la pécora de nosotros los estudiantes puebleños, de pantalones inverosímiles, cuellos arrugados en acordeón y chaquetas a cuadros como carpeta de bisbís. Formaban Tomasa y Pacha, como familiarmente les llamábamos por enrostrarles su afectado emperejilamiento, parte integrante del grupo de pepitos o cachacos que asistían a las clases, pero que no estudiaban porque eran de familias ricas de allí de la capital del Estado -Medellín- y sólo se ocupaban en mariposear alrededor de las muchachas bonitas, en montar a caballo los domingos y en hacerse tirar las orejas del padre Gómez Angel, nuestro Rector...".

"Carrasquilla y Rendón eran para nosotros doblemente punibles ante el aula, puesto que eran también puebleños, puebleños desertores del gremio de las esperanzas patrióticas, como que habían nacido y criádose en Santodomingo, que para nosotros era entonces, que ya no lo es, 'un pueblo sin casas, en las ilusorias riberas de un río seco'. Dominicanos infelices, rezanderos parroquiales, acompañantes revestidos de Nuestro Amo en las administraciones de la Extremaunción a los moribundos del villorio, monaguillos en cierne que no hablaban sino de casullas y dalmáticas, corporales y vinajeras, muchachas y trajes, modas, chales, prendidos y prendedores".

"Decididamente, Carrasquilla y Rendón eran unos solemnes petulantes, no valían cosa y jamás darían qué decir sino a los peluqueros y sastres, por estrados y ventanas. Sus profesores eran de la misma opinión que sus condiscípulos, y los dos Brúmmeles dominicanos se sentían felices -¡impudentes!- en su olímpico apartamiento de futuros doctores, tinterillos en agraz, Sagredos en preparación y agrimensores de tres al cuarto. En esa expectativa nos sorprendió el toque de dispersión claustral que la guerra civil de 1876 77 nos impuso a todos. Nada belicosos nuestros dos Aramises, no tomaron armas, ni compraron ternos nuevos para venir a bailar al Capitolio, que era la consigna de los antioqueños, malamente soliviantados por truchimanes y tahures políticos de la capital de la República.

Carrasquilla y su paisano, repletos los baúles de corbatas y cachivaches de su exclusivo uso personal, dieron el chapuzón en su pueblo, siguieron acompañando a Nuestro Amo, vistiendo las imágenes en la iglesia, criticando esto, reformando lo de más allá y entonando hacia la última moda y los mejores estilos el gusto y las costumbres de sus coterráneos. No se volvió a saber de ellos fuera del radio estrecho de aquella parroquia excéntrica...".

Entre 1876 y 1901 Carrasquilla vivió en Santodomingo. Allí fue sastre, secretario de juzgado y juez. Ñito Restrepo afirma que era rentista. "Para lo que soy, para lo que quiero, para lo que he menester, tengo de sobra con mi modesto capital", le escribe el propio Carrasquilla a Max Grillo desde Santodomingo en abril de 1898. En su Autobiografía -y más allá de oficios vicarios-, con su proverbial sinceridad, don Tomás aclara sus verdaderos no haceres:

"La indolencia, la pereza y algo más de los pecados capitales, a quienes siempre he rendido ardiente culto, no me dejaban tiempo para estudiar cosa alguna ni hacer nada en formalidad. Mas, por allá en esas Batuecas de Dios, a falta de otra cosa peor en qué ocuparse, se lee muchisimo. En casa de mis padres, en casa de mis allegados, había no pocos libros y bastantes lectores. Pues ahí me tenéis a mí, libro en mano, a toda hora, en la quietud aldeana de mi casa. Seguí leyendo, leyendo, y creo que en el hoyo donde me entierren habré de leerme la biblioteca de la muerte, donde debe estar concentrada la esencia toda del saber hondo. He leído de cuanto hay, bueno y malo, sagrado y profano, lícito y prohibido, sin método, sin plan ni objetivos determinados, por puro pasatiempo...".

Lector por autonomasia, lector entre lectoros: las reformas educativas iniciadas por Mariano Ospina se consolidaron en el gobierno de Pedro Justo Berrío y -mas tarde- con la llegada de las comunidades religiosas. Durante 50 años, la educación fue una de las preocupaciones centrales de los gobiernos y la sociedad toda, en Antioquia. Y aparte de presidentes -Carlos E. Restrepo, Marco Fidel Suárez, Pedro Nel Ospina-, de humanistas, empresarios, técnicos, aún de narradores -en cuya lista, Carrasquilla es la punta de un Iceberg donde habitan su íntimo amigo Francisco de Paula Rendón, Efe Gómez, Camilo Botero Guerra, Alfonso Castro, Eduardo Zuleta y un largo etcétera que Jorge Alberto Naranjo Mesa ha estudiado detenidamente, a parte de las élites que se aprovecharon del inusual y prolongado interés del Estado en la educación, también la semilla de la cultura cundió con feracidad por toda Antioquia.

Aumentó "la cobertura de la educación formal para ambos sexos, tanto en establecimientos oficiales como privados. Pero también tuvo que ver con otros factores que contribuyeron a valorar la instrucción, como la creación de una serie de asociaciones culturales voluntarias, unas de carácter pedagógico, otras literarias, o cívicas, monalizadoras o de temperancia", escribe Patricia Londoño quien ha hecho un primer recuento para aquella época de estas instituciones y de publicaciones editadas en Antioquia: encontró 31 periódicos manuscritos, mucho en pueblos distintos de Medellín (que no era muy diferente a los otros pueblos hasta los ochenta y noventa), 74 periódicos impresos -45 de ellos en Medellín, 29 en pueblos diferentes- más 43 revistas, producto más sofisticado y costoso que pululó a partir de los noventa principalmente en Medellín. Halló -además- 114 bibliotecas públicas en Antioquia para el período 1850 1930, de las cuales 24 quedaban en Medellín, lo que significa una formidable distribución en otros pueblos de Antioquia. "Según estadísticas recogidas a nivel nacional en 1933 el departamento superaba al resto del país en cuanto al número total de bibliotecas", escribe Patricia Londoño. Una de ellas fue la Biblioteca del Tercer Piso que fundaron en Santodomingo "varios prestantes caballeros" -entre los que se contaba don Tomás-. Esto ocurrió en 1892. Escribe Kurt Levy.

"Cosa extraña: está localizada -y siempre lo ha estado- en el segundo piso de un edificio en la plaza, en perentoria pugna con su nombre. Realmente es para dejar perplejo el nombre de 'Biblioteca del Tercer Piso'..."

"...un mocito de Santodomingo fue enviado a la 'gran ciudad' de Medellín a pasar algún tiempo en casa de sus parientes, la acaudalada familia Bedout. Por entonces la mayoría de las casas eran de sólo dos pisos; salvo la suntuosa residencia de los Bedout, que era de tres; y para hacerle más grata la demora al joven, se le alojó en el tercer piso. Tanto le impresionó esto que, regresado a Santodomingo, no hablaba de otra cosa que no fuera el haber vivido en el 'tercer piso'; suma y compendio, en su mente, de todas las maravillas de Medellín. Al parecer, tanto a Carrasquilla como a Francisco de Paula Rendón tal diversión les causaba el delitado comento del chico, que abogaron en favor del nombre de 'El Tercer Piso' para la biblioteca".

Carrasquilla, ocioso y voraz lector, percibía muy a su manera, ese particular florecimiento de la cultura. Una frase de su carta a Max Grillo (1898) se inicia: "En Antioquia, donde se lee mucho, aunque no parezca...". Una relativa atmósfera propicia a la lectura, el desarrollo más o menos considerable de las publicaciones y las sociedades cívicas y literarias no sólo en Medellín, sino también en los demás pueblos antioqueños; el -también relativo- impulso a la educación. Todo esto aunado al auge de la minería, el café y el comercio, convergía a que surgieran individuos como Carrasquilla.

Ahora bien, ¿qué más puede hacer un treintón más bien desocupado que vive en un pueblo alejado, aparte de leer y leer? La respuesta es muy obvia y así la rinde el propio don Tomás:

"Cualquier día me dio por escribir sin intención de publicar; y ahí emborronaba mis cuartillas lo mismo que ahora o menos mal, acaso; pues creo que en vez de adelantar, retrocedo en el tal embeleco literario. A nadie le contaba de mis escribanías. Ni siquiera a mi familia. Pero como la gente todo lo husmea y el diablo todo lo añasca, el día menos pensado recibí una nota por la cual se me nombraba miembro de un centro literario que dirigía en Medellín Carlos E. Restrepo en persona. Acepté la galantería, y como fuera obligación, sine qua non, producir algo para ese círculo, farfullé Simón el mago, para los socios solamente, según rezaba el reglamento. Pero Carlosé, que desde mozo la ha puesto muy cansona y por lo alto, determinó modificar la constitución y echar libro de todas nuestras literaturas. Aceptadísima fue por el publiquito antioqueño la miscelánea aquella. Allí salió mi relato, con seudónimo, por supuesto. ¡Y malón fue el que yo me levanté, con todo y anagrama! Por eso descubrieron quién era el incógnito principiante".

El "Casino Literario" funcionó entre 1887 y 1891. El 8 de agosto de 1889 fueron nombrados socios correspondientes Francisco de Paula Rendón y Tomás Carrasquilla. En enero de 1890, -ausente Carrasquilla, su autor- Rendón leyó Simón el mago a los socios, en medio de un "admirado estupor que se apoderó de los oyentes", según un testigo. Lo que siguió después de aquello está relatado por el mismo Carrasquilla:

"Tratábase, una noche, en dicho centro, de si había o no había en Antioquia materia novelable. Todos opinaron que no, menos Carlosé y el suscrito. Con tanto calor sostuvimos el parecer, que todos se pasaron a nuestro partido y todos, a una, diputamos al propio presidente como el llamado para el asunto. Pero Carlosé resolvió que no era él sino yo. Yo le obedecí, porque hay gentes que nacen para mandar.

Una vez en la quietud arcadiana de mi parroquia, mientras los aguaceros se desataban y la tormenta repercutía, escribí un mamotreto, allá en las reconditeces de mi cuartucho. No pensé tampoco en publicarlo: quería probar, solamente, que puede hacerse novela sobre el tema más vulgar y cotidiano.

El manuscrito fue leído por gentes competentes que lo encontraron bien. De él se publicaron varios fragmentos".

El Casino Literario desapareció en 1891 y entre esa fecha y 1895 Carrasquilla escribe Frutos de mi tierra, que circula como manuscrito, entre amigos -así lo revela el prólogo de la primera edición, debida a Pedro Nel Ospina-, quienes le aconsejan que lo imprima".

A mediados de octubre de 1895 Carrasquilla parte de Santodomingo con rumbo Bogotá, donde permanece casi seis meses enfrascado en la edición de Frutos de mi tierra, su primer libro. Recién llegado le escribe a su familia dándole detalles de sus gastos: "la tal publicación, hasta los 2.000 ejemplares encuadernados y con carátula en papel fino de color, le cuesta al autor $850, es decir $0,45 centavos cada ejemplar. Tuve que encimar los $50 para que mejoraran el papel". Saltando un párrafo donde precisa las fechas de pago, advierte: "para entonces necesito, pues, esos "riales". Vayan viendo cómo y de qué modo, se remiten o giran. Tal es la situación económica de Tomasito."

En la misma carta -y en un tono que siempre usará para referirse a sus escritos- les cuenta: "Ya el libraco tiene otro nombre: Frutos de mi tierra, puesto por el mismo (Jorge) Roa, de acuerdo con Laureano García (Ortiz)". Kurt Levy señala que el manuscrito original llegó a tener seis títulos: Solomos y Jamones, Jamones y solomos, Lonjas y tocinos, Jamones y tocinos, Tocinos y tasajos y Jamones y solomillos, como la llama Carrasqullla en agosto de 1896 -ya editada-, en una carta a Joaquín Yepes, donde reconoce que el cambio de título fue "contra mi gusto y mi conciencia".

En sucesivas cartas, el autor va dando cuenta de avance de la edición. El 14 de enero del 96 anuncia que "mañana tirarán el pliego 20 de la novela; por manera que no quedan sino seis, contando el prólogo, que debe venirme en estos días con Rafael Uribe, según me anuncia Pedro Nel por un telegrama". El 21 de enero: "Esta semana me parece que sale la saca de impresión, y que en la entrante se encuadernará una parte. Les telegrafiaré anunciándoles el gran suceso. El prólogo no ha aparecido, y si no llega a tiempo, echo aquello sin prólogo".

Queda una carta crónica de Carrasquilla a su amigo Francisco de Paula Rendón donde se refiere al Bogotá literario. Don Jorge Roa, el propietario de la Librería Nueva, donde "todo gira alrededor de este hombre infalible en asuntos literarios. Oye ahora cómo es la infalibilidad: de literatura rusa no conoce sino algo de Tolstoi; no ha leído ni a Palacio Valdés ni a Galdós (!!), de doña Emilia solo conoce el San Francisco... Así es Pachito que luego que he conocido al hombre por este lado, me he desconsolado no poco con el voto tan decididamente favorable que me le ha dada a mi cosa", es decir, a Frutos de mi tierra. Julio Flórez: "siempre se dice que los hombres célebres se achican al acercárseles: ¡pues con Florez sucede lo contrario!". De José Asunción Silva: "es un prójimo tan supuesto y afectado, que causa risa e incomodidad al mismo tiempo". De Rafael Pombo: "Es las ruinas de Herculano: una curiosidad arqueo antropológica. ¡Qué desencanto! No está tan viejo para tanta chochez: debe ser algo de tocamiento. ¡Si lo oyeras disertar sobre un remedio que ha descubierto para los hombres que no sirven!".

Frutos de mi tierra fue lo que hoy se llama un éxito editorial inmediato: "el libraco fue leído, comentado y se vendió muy pronto", escribe don Tomás en su Autabiografía. Notas -todas ampliamente elogiosas-, aparecieron en El Repertorio y El Montañes de Medellín y en Revista colombiana de Bogotá.

Carrasquilla regresa a Santodomingo y hace esporádicos viajes a Medellín, donde construye -en compañía por mitades con una tía- la casa de Bolivia (o calle 56) #45 73. Una caída de un caballo lo retiene en Medellín once meses restableciéndose de un accidente en la rodilla.

En 1901 se instala definitivamente en Medellín. Después de Frutos de mi tierra ha escrito y publicado varios cuentos en El Montañes y en La miscelánea.

En 1904, la bancarrota del Banco Popular de Medellín arruinó a Carrasquilla. Según Kurt Levy, su quiebra lo obligó a buscar trabajo, que halló empleándose como despensero en la Mina de San Andrés, en Sonsón, donde vivió tres años. Don Néstor Botero aclara que "su única ocupación era escribir" y "no desempeñaba ningún oficio que pudiera estropear sus manos, que las cuidaba con refinado esmero". La actitud de Carrasquilla ante sus reveses económicos es bien filosófica. Le quedan media casa en Medellín y unas acciones de una mina. A Max Grillo le solicita que "te entristezcas tu por mí, porque nada se me ha dado del fracaso. No voy yo a perder mi encantandora indolencia, por unos tristes billetes".

Durante este período sostiene sus más sonadas polémicas, la primera con Alfonso Castro en defense de la madre Laura Montoya y, la otra, con Max Grillo, que contiene la quintaesencia de su estética y sobre la que volveré más adelante.

Carrasquilla regresa a Medellín donde participa de la vida social y literaria. Frecuenta los cafés -La Bastilla, el Chantecler, El Globo, el Blumen-, los clubes -el Brelán, el Cosmos, el Unión-, las tertulias de la librería del Negro Cano y de algunas casas de familia.

Publica Salve, Regina (1903), Entrañas de niño (1906), Grandeza (1910), El Padre Casafús (1914), además de varios cuentos. En 1914, El Espectador (febrero 26) anuncia que "ha conseguido al fin la firma del insigne maestro don Tomás Carrasquilla para agregarla a la selecta nómina de sus colaboradores".

El lunes 14 de septiembre de 1914 Carrasquilla parte para Bogotá donde ha sido nombrado en un puesto en el Ministerio de Obras Públicas. Tres veces se refiere don Tomás a su trabajo en las cartas que escribe a su hermana Isabel. En las tres ocasiones dice siempre lo mismo: que hay poco qué hacer (su labor "consiste en registrar toda nota, telegrama o papelucho que venga al Ministerio") pero, aún así, entra y sale tanta gente que es imposible concentrarse a leer o a escribir.

Carrasquilla vive en Bogotá durante cuatro años largos y regresa a Medellín el 27 de enero de 1919. Durante su periodo en Bogotá publica su Autobiografía (1914) en la revista El Gráfico, entrega alguna nota a El Liberal y colabora sistemáticamente en El Espectador, actividad que continúa a su regreso a la calle Bolivia, donde vivirá hasta su muerte, en compañía de su hermana, su cuñado y sus sobrinos.

En 1926 se publican dos novelas cortas, en 1928 La Marquesa de Yolombó y en 1936 Hace Tiempos.

En 1926 comienza a deteriorarse su salad con una caída a la entrada de su casa. Trastornos circulatorios. No volverá a caminar. Las tertulias con los más cercanos amigos se trasladan a su casa, pero el ánimo se le va agriando con los achaques. En 1928 le escribe a su amigo Ignacio Cabo: "sigo lo mismo de tullido, de inválido, de fregado, de jodido". Por esa época comienza a perder la vista ("a mi tullidez se me han juntado otros males, que me han dejado tan deprimido y nulo que ya no soy ni gente") y en 1934 escribe: "estoy completamente ciego". Ese mismo año, el 20 de junio, una intervención quirúrgica le devuelve la vista por un ojo: "Ya ve, pues, si la esfinge me será simpática", comenta en una carta.

En 1935 -7 de agosto- el gobierno nacional le confiere la Cruz de Boyacá y al año siguiente la Academia de la Lengua le otorga el Premio Nacional de Literatura y Ciencia José Maria Vergara y Vergara, que fue entregado por el Ministro de Educación, Alberto Lleras a Miguel Moreno Jaramillo, paisano y pariente del novelista y que ha sido encomendado para recibir el galardón en el Teatro Colón el 19 de marzo.

Un mes exacto más tarde, el 19 de abril, Don Tomás le agradece a Moreno Jaramillo "lo que has hecho por este decrépito e inválido, muy tu amigo y pariente, que con nada podrá pagarte". Y, saltando dos párrafos, comenta: "bendigo mi invalidez, porque no nací para poses, pinchamientos ni posturas difíciles ni exhibiciones de ninguna laya".

El 14 de diciembre de 1940, Don Tomás fue internado en el Hospital de San Vicente de Medellín con el diagnóstico de gangrena, le fue amputada una pierna y murió el 19 de diciembre en las horas de la mañana.


EL FOLCLORE EN LA OBRA DE TOMÁS CARRASQUILLA

Prólogo: Hispanoamérica, continente criollo
Los antecedentes coloniales del costumbrismo antioqueño
Poesía espontánea y poesía tradicional
La música en la sociedad criolla
Las leyendas piadosas
Las supersticiones populares
Del juego y las diversiones populares
La flora regional en la vida cotidiana
Industrias y deicios típicos
Mitos y fabulaciones
Lo folclórico y lo popular

EL ANIMA SOLA - cuento

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