CRISANTO
ALONSO VARGAS "VARGASVIL"
Entre el humor y el pánico
Nelson Sierra Gutiérrez
Vargasvil
cerró los micrófonos y contestó el teléfono.
En la línea, la voz de un hombre con acento paisa: “Mira, Crisanto,
es que el patrón te manda a pedir el favor que si podés ir
mañana a hacerle una visita para que les alegres el rato”.
El humorista se quedó pensando y contestó de manera cordial:
“Hermano, dígale al señor Escobar, que subir hasta La
Catedral me puede traer tantos problemas, que mandarían pa’l
carajo tantos años de sacrificio”.
“Fresco, Crisanto,
que nosotros sabemos por dónde es la vuelta para que nadie se dé
cuenta, incluso por estos días va a subir Higuita”. Pero
Vargas no cambió de opinión y jamás lo volvieron
a llamar.
Crisanto sabía
que en ese momento las cosas eran muy diferentes a cuando conoció
a Pablo Escobar. “Por esa época, me dedicaba a inaugurar
polideportivos y por contar mentiras me pagaban 30 mil pesitos”,
recuerda Vargasvil.
Nació en Santuario
Antioquia, en un rancho tan escondido que a duras penas el único
que llegaba era el sol. Su padre, de quien cree haber heredado el oficio
del humor, era un campesino que trabajaba construyendo carreteras y quien
después de la misa dominical se dedicaba al prodigioso artificio
de culebrero. Era conocido como El Boquisabroso, su especialidad era vender
vomitivos y la treta de tan efectiva medicina consistía en introducir
un grillo en la cápsula que luego tragaba el ingenuo y espontáneo
paciente.
Aunque muchos no
lo crean y a otros les cueste llamarlo por el nombre, lo bautizaron Crisanto,
en honor a un bisabuelo que según las buenas lenguas fue héroe
en la Guerra de los Mil Días. “Crisanto Alonso Vargas Ramírez;
ese nombre le tocó primero a un hermanito que no aguantó
el voltaje del Crisanto y se murió a los seis meses. Después
nací yo y me lo repitieron”.
A pesar de ser el
más retraído de sus 22 hermanos, él fue el único
que tomó el humor en serio y se dedicó a éste profesionalmente,
aunque aún considera el periodismo una de sus frustraciones. “Me
presenté a la Universidad de Antioquia y no pasé. Otro requisito
era cargar mochila y tener el pelo largo, ahí sí me jodí.”
Por esos días
en los que el hambre apremiaba y las presentaciones en los pueblos no
daban para tanto, el dolor de estómago fue más grande que
el miedo.
Decidió entonces
enfrentar a un público más exigente e inscribirse en el
festival de la trova. Para dicho concurso era indispensable un apodo.
El primero que le vino a la mente fue el de El Boquisabroso, en honor
a su padre, pero recordó que en el colegio monseñor Luis
Gómez, su profesor de filosofía, lo llamaba irónicamente
Vargas Vila, haciendo alusión al escritor colombiano José
María Vargas Vila, quien fuera desterrado del país por sus
polémicos escritos.
Crisanto decidió
llamarse Vargasvil y tres días después el periódico
El Colombiano tituló: “Vargasvil, Rey Nacional de la Trova”.
Esa fue la excusa
para que lo llamaran a trabajar en radio, donde creó el programa
El manicomio de Vargasvil. Al poco tiempo le ofrecieron aparecer en Sábados
Felices y un papel en El Chinche, pero por ese entonces ya no existía
el hambre y esta vez fue el miedo quien ganó la pelea.
Por los años
de las camisas de chaliz y los pantalones botacampana, lo enamoraron los
ojos claros de una vecina. Dos años duró la penosa conquista.
Utilizó todo tipo de tácticas y estrategias recomendadas
en revistas y libros especializados en los sortilegios del amor para flecharla.
“Si le salía
una peca, le daba serenata, si se le encarnaba una uña se la sacaba,
hasta que la aburrí con tanta insistidera y me aceptó”.
Hoy Dora Amparo es su esposa, la madre de sus tres hijos y quien le imprime
la berraquera que a veces le hace falta.
Las imitaciones
Con
el tiempo perdió el temor a las cámaras y saltó de
la radio a la televisión y creó en Teleantioquia Recórcholis,
donde interpretaba diversos personajes. “Noo... ese programa era
tan modesto en producción que hasta yo tenía que ponerme
a buscar vacas de doce tetas”.
Fue allí donde
empezó a caracterizar al entonces presidente Ernesto Samper. En
una ocasión, cuando el Proceso 8.000 pasaba por el momento más
crítico, Crisanto recibió una llamada del Presidente, en
la que lo invitaba a almorzar. Vargas no sabía qué hacer,
las manos le sudaban de solo pensar qué le iba a decir el mandatario.
“Lo primero
que me dijo fue: ‘Qué hubo sapo, a ver cómo es que
usted me imita’. Y ahí sí me quedó muy berraco
pararme enfrente a mamarle gallo. Mientras los diarios titulaban Inminente
caída de Samper, yo estaba en Palacio almorzando con él.
Muy disimuladito le pregunté que cómo iba eso del 8.000,
y me contestó: ‘Aquí no ha pasado nada, lo que quieren
es plata, pero todo está fríamente calculado. No contaban
con mi astucia’. Mientras tanto todo el país pensaba que
el Presidente no dormía, pero definitivamente el que lleva del
bulto es el pueblo. Ellos allá adentro no sufren tanto”.
Imitar a Pastrana
fue otro cuento. Mientras Vargasvil aprovechó su parecido con Samper,
con Andrés Pastrana la tarea fue mucho más complicada.
“Crisanto,
conmigo sí te vas a fregar”, le dijo Pastrana. Pero ese reto
obligó al humorista a meterse en el cuento del maquillaje especial.
“Samper era solo ponerme unas gafas de dos mil pesos y ya. Andrecito
me salió más caro que un berraco. La peluca, el bigote,
los dientes, la nariz y los ojos me salieron por casi dos millones de
pesos. En definitiva la platica que me gané con Samper me la quitó
Pastrana.”
Al presidente Uribe
un día le preguntaron qué tal le parecía la imitación
de Crisanto, a lo que el mandatario contestó: “Oiga Vargasvil,
todo está bien, pero esa peluca le queda como flojita”. El
humorista no tuvo más que decirle la verdad: “No se preocupe
Presidente que esta es la peluca del ex-presidente Gaviria”.
Hoy Crisanto Vargas
es reconocido por su imitación de Carlos Castaño, la cual
nació de un comentario que hizo el periodista Darío Arizmendi,
luego de entrevistar al jefe paramilitar: “Castaño es igualito
a Vargasvil”. Y así era. Hasta el humorista quedó
sorprendido con el parecido. Tanto así que en una ocasión
en la que estaba disfrazado del jefe paramilitar, lo pararon en un retén
de la policía y tuvo que ponerse en la tarea de desmaquillarse
para que le creyeran.
El Padre Tito, su
última creación, un anciano sacerdote que se vale de su
ternura para llegarle al entrevistado, ha logrado incluso tocarle las
nalgas a la senadora Piedad Córdoba. “Fue gracias a la ternura
que despierta el personaje, pero lo hice con mucho respeto”.
Pero como todo artista,
Crisanto Vargas bajo su piel lleva una pena que el público no conoce.
Hace cuatro años le diagnosticaron pánico depresivo, una
enfermedad que altera el sistema nervioso y desde entonces se encuentra
en tratamiento psiquiátrico. “Yo sabía que era muy
sensible pero no pensé que me diera para tanto”.
Ya son más
de 20 años en los que Crisanto Vargas, Vargasvil, se ha dedicado
a hacer reír a la gente con su humor crítico y mordaz, no
importa el personaje al que interprete tiene algo muy en claro: “El
humor y las imitaciones deben ser tan perfectos como las matemáticas,
para que no se convierta en algo ridículo u ofensivo. La clave
es tener la medida de hasta dónde se dice y hasta dónde
se critica. A uno en este país no lo matan por hacer reír,
lo matan por otras cosas, como le pasó a Jaime Garzón ”.
Por ahora, la única
protección que dice necesitar es la de doña Blanca Ramírez,
su madre, a quien siempre llama minutos antes de empezar cualquier show
para que le dé la bendición.
“Adiós....
pues...”.
El padre
Tito confiesa a Crisanto
Padre
Tito: Crisanto Epifanio de la Santísima Trinidad, ¿a usted,
con esa cara de sacristán de parroquia pobre que tiene, por qué
le dio por volverse humorista?
Crisanto: Padre Tito,
por dos razones muy importantes: la primera por la falta de humor que
había en Colombia y la segunda por la falta de comida que había
en mi casa.
PT: Usted que ha
sido tan empalagoso y zalamero, ¿no ha tenido problemas con los
personajes que caracteriza?
C: Padre Tito, debo
confesarle que sí. Cada que caracterizaba al presidente Pastrana,
me daba por salir del país, y me llegué a parecer tanto
al presidente Samper que por poco resulto involucrado en el Proceso 8.000.
PT: A propósito,
¿no le da miedo parecerse tanto a Carlos Castaño?
C: Sí, pero
a él le debería dar más miedo parecerse a mí.
PT: ¿Y eso
por qué?
C: Porque si él
tiene deudas, yo sí que es cierto. Sólo por enumerar algunas:
estoy atrasado siete meses con un crédito del UVR, me han demandado
por alimentos, estoy avisado en Datacrédito, y me acusan de tener
una uña enterrada como NN en el dedo gordo del pie izquierdo.
PT: ¿Usted
cree que cuándo se puede entregar Castaño?
C: Cuando Horacio
Serpa sea presidente de Colombia, o cuando el Medellín sea campeón
del fútbol colombiano.
PT: ¿Alguna
vez ha estado involucrado en líos de faldas?
C: Sofía Vergara,
Amparo Grisales y Paula Andrea Betancur me han acosado sexualmente. Pero
créame, padre que las comprendo y las perdono.
PT: Crisanto Epifanio,
¿cuál es el mayor sueño de su vida?
C: Llegar a los 90
años sin haber sido operado de la próstata y salir de cuerpo
entero en los billetes de quinientos pesos.
PT: Cuando usted
se muera, ¿qué le gustaría que dijera su epitafio?
C: Padre Tito, sinceramente
lo de morirme no está dentro de mis planes, pero de llegar a suceder,
me gustaría algo que dijera: “Aquí yace uno que ya
hizo”.
PT: ¿Qué
piensa sobre los reinados de belleza?
C: Me parecen muy
buenos, porque con la situación que vive el país, son una
gran ayuda para los pobres cirujanos y sobre todo para los distribuidores
de silicona.
Fuente: EL ESPECTADOR
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